domingo, 28 de marzo de 2010

Los tres manolos



Y de una hilarante canción que más adelante se dirá.

sábado, 27 de marzo de 2010

Crimen de doble filo



Un pianista descubre un crimen y se calla por miedo a las represalias. Cuando a su vez mata al sospechoso del crimen, la policía no cree su versión.



Yo hice aquella película, aprendí muchas cosas, y estoy muy contento de haberla hecho, en realidad fue como una ocasión. La segunda también. La segunda (Crimen de doble filo) ya me he consolado siempre menos, porque la segunda era un thriller, pero que si a ese thriller le hubiéramos dado una vuelta más al guión… ¡se le daría una vuelta! Pero, claro, con todas las dificultades de que el productor era el guionista. Si el guionista normalmente es redundante a que se cambie su guión, no digamos nada cuando es el productor… Y a aquella película se le podía haber dado todavía un paso más al guión que hubiera sido… al menos, hubiera estado bastante bien. No se le dio y la película algunos dicen que no está mal, han tenido una cierta reconsideración. Pero vamos, estaba ya que cuando la terminé "¡se acabó! Yo -eso es lo que tenía muy claro y a eso es a lo que iba- yo he organizado todo este follón que es mi vida, esta aventura, para hacer las películas que yo quiera, no para hacer las películas que quieren los demás".

¿Lo que ocurrió? Me pasé nueve años hasta hacer la próxima, porque claro, yo iba con mis guiones a los productores, y me decían: "Oye, Jose Luis, esto es muy bonito, muy bonito, pero no es comercial". Y me lo decía gente que además luego desaparecieron, que estaban perdiendo dinero a manos llenas con películas oficialmente comerciales, pero como yo decía siempre "¡oye, una película es comercial a posteriori, no a priori!", porque a priori significa que lo que estás tratando de hacer es basura, por no decir otra cosa, por no decir caca, y con eso cuenta con que el espectador es idiota, cosa que no es, totalmente al menos. Pues entonces ¡por eso estás haciendo una película comercial! Y qué pasa, que mis películas eran demasiado malas para ser comerciales y aquellos señores que decían que mis guiones eran muy bonitos pero no eran comerciales al poco se tuvieron que marchar de la profesión porque iban de catástrofe económica en catástrofe económica.

Entonces yo siempre he tenido muy claro que yo quería hacer las películas que quería hacer yo, y eso sí que lo seguí a rajatabla, para bien y para mal, porque también ha habido sus partes desagradables y difíciles. Quizás por ser hijo único, aunque mis padres me dieron una educación, porque a un hijo único le puedes destrozar por lo mimado, con lo cual lo destrozas, o sometiéndole para que no se note que es hijo único, para que no lo note él, además, con una educación espartana, austera e impecable, ese era yo. Entonces ¿qué pasaba? que yo me propuse hacer el cine que yo quería y sobre todo otra cosa que no me la propuse, digamos, deliberadamente, sino que resultó así.

Yo siempre que hago una película la hago siempre así, para jugar yo. Eso es terrible confesarlo, pero puestos a decir la verdad… Siempre pienso "¡pues ni el hijo de Catalina de Rusia -que no sé si tuvo hijos-, ni el de Felipe II ni el de cualquier monarca del mundo ha tenido un juguete más caro que yo!". Porque claro, hacer una película… Aunque el hijo de Catalina de Rusia tuviera un caballito de brillantes para jugar con el caballito en vez de uno de cartón, pues es bastante más barato que una película. Yo siempre he jugado, he experimentado, me he enamorado de las películas. Cuando yo arranco una película pienso, equivocadamente, eso es cierto, que esa película no la ha hecho nadie, esa es la mejor que se puede hacer, que… o sea, es un enamoramiento. Si tú te enamoras de una mujer o de un hombre siempre piensas "¡éste es el amor de mi vida, no hay otra como ella, por fin la he encontrado, es mi media naranja!" y luego pasa lo que pasa…
Entonces, con una película hago igual, y la hago para ver cómo queda.
Os voy a contar una anécdota, que no es tal porque se puede tomar como un ejemplo muy útil. Cuando a Juan Rulfo le preguntaron, me parece que fue en Italia, en un congreso o no sé qué de escritores, y le preguntaron ¿usted para qué ha escrito Pedro Páramo? Y entonces yo esperaba que contestara "pues no sé, para describir el alma sojuzgada del indio mejicano", no sé qué, o sea hablar del Méjico profundo, consecuencia de tantas historias y de tantos dramas y de estas cosas. Y entonces él nos miró y dijo: "¿Qué para qué he escrito Pedro Páramo? ¡Pues para leerla!". Y es verdad, yo hago mis películas, en pequeña escala y a mi medida, hago una película para ver cómo queda, para verla yo, porque siempre pienso que no la ha hecho nadie antes, lo cual es una falacia, naturalmente, pero bueno…
Ese planteamiento no es industrial, las cinematografías no se hacen con gente como yo, ni las industrias. Entonces, ¿qué pasa? Que nunca he pedido un millón a nadie. Algunas de mis películas que no querían hacer fueron grandes éxitos económicos. Yo sigo viviendo todavía de dos películas: de Mi querida señorita, después intervinieron en ella, pero en la que no creían, dicho sea de paso, porque no estaba yo allí, me decían "¡por qué no pones un actor más guapo que López Vázquez!" Bueno, entonces esa película, Mi querida señorita, Furtivos y alguna más dieron muchísimo dinero más del que nunca hubieran dado a aquella gente que tuvo que salir por la puerta trasera haciendo aquellas películas estrictamente comerciales.
Luego no siempre han ido las cosas así, también me he equivocado muchas veces desde el punto de vista comercial y de cualquier otro punto de vista, pero siempre he hecho lo que me ha dado la gana. Y entonces, ¿qué pasa? Que me he visto obligado a producir. Yo no soy un hombre de producción, yo no soy un hombre de números, me aburren los contratos, hago como que los leo cuando no los he acabado de leer porque no los entiendo, sobre todo si hay alguna persona delante, y digo que me preparen la oficina para el fin de semana, los balances y todas esas cosas, y el fin de semana no hay quien me haga un balance. En fin, soy una catástrofe. Pero nunca he vendido un millón. Todas las películas, que algunas han dado mucho dinero, o premios o cosas, todas y cada una de las películas ...

Yo, después de Furtivos, tenía un mínimo dinero, y que todavía sigue siendo la cuarta, la quinta o la sexta en términos equivalentes de dinero, porque claro, la entrada valía antes sesenta pesetas y ahora vale no sé cuanto… En términos de dinero no, pero en términos de asientos sí. Pues a la película siguiente (La Sabina) yo me tuve que ir a Suecia para hacer la película, encontré una coproducción con Suecia, porque no encontré un productor en España. Siempre lo he hecho para no dar explicaciones a nadie. Y la película que hice en Estados Unidos (Río abajo) pasó igual. Cuando se paró el rodaje por una serie de circunstancias que ahora no voy a contar aquí porque estaríamos hasta mañana, hubo gente, productores de Hollywood, que decían: "Sí, pero el público americano nunca aceptará que una prostituta mejicana se cargue a un patrón". Entonces tuve que acabarla como fuera, me tuve que venir a España, pedir más dinero, llevármela, hacer la película... Entonces, siempre he hecho lo que he querido. Para bien y para mal, naturalmente. Pero no he aceptado que me cambiara nadie nada, ni siquiera la censura.
Hombre, a veces la censura, cuando Furtivos, que hubieron tantos cortes, pues dije ¡pues no estreno la película! Pero eso sí que creo que es fundamental para una persona que quiera actuar con moral interna, con moral creativa, con moral artística, con moral social, lo que queráis, me da igual el adjetivo que utilicéis. Hay que hacer las cosas como uno crea necesario. A no ser que, cosa que me parece respetable, tengas un concepto pues digamos más profesional, en el sentido de tantos directores, algunos muy buenos, del Hollywood clásico, sencillamente que estaban en contacto con un gran estudio, detrás de una película hacían otra, el estudio les daba un guión, ellos luego lo estudiaban, se lo preparaban cuando tenían tiempo, y luego hacían la película. Eso es otro procedimiento industrial, bueno para la industria, pero desde el punto de vista creativo hay que hacer lo que a uno le dé la gana. Si estás equivocado, horrible; y si no estás equivocado, maravilloso, porque a ratos estás equivocado y a ratos no... Sería terrible que habiendo dedicado toda la vida a una cosa, que ha sido ésta, aunque haya hecho muchas más, pero siempre condicionadas a ésta, sería terrible que al final yo me hubiera prostituido, porque eso es lo que les pasa a las prostitutas. Al final dices "¡pero bueno, que he hecho de mi vida, que he hecho de mi juventud, que he hecho de mi atractivo! ¡No tengo ni dinero ni juventud ni atractivo ni nada!". Entonces me tengo que pegar un tiro. Tengo la teoría de saber que por lo menos me he sentido a gusto conmigo mismo, aunque repito las cosas no hayan ido bien, sobre todo tú mismo dices ¡pero cómo hice esto! Pero claro, yo todavía ahora hay películas que a veces esto no ha sido verdadero. Vale, cuando eres productor desgraciadamente las tienes que volver a ver.
Eso es lo que le pasa a muchos directores, directores afortunados que no son productores, hacen una película, la pasan en un festival, la estrenan y se acabó, ya no ven más la película. Yo les envidio, porque al ver una película tuya, a no ser que seas narcisista, que también los hay, pero si no eres narcisista es como una paliza que te das a ti mismo, porque no ves más que lo que está mal y los errores. Y a veces incluso al cabo de los años me digo ¿pero yo por qué haría esto?; ¿por qué no rodaría un plano aquí para tal?; ¿por qué no se incendiaría aquella casita del molino de Furtivos antes de que hayan llegado! Claro, eso es vivir al cien por cien una profesión, para bien y para mal, insisto. Es lo único que merece la pena. Por eso me dicen: "¡qué pocas películas has hecho, Jose Luis!", y es verdad. Yo en todos estos años, desde el sesenta y tres hasta el actual, he hecho muy pocas películas, he producido algunas, solamente de amigos o de alumnos míos de la escuela que se han convertido en amigos. Hace muchos años que no produzco películas ajenas, porque Manuel Gutiérrez Aragón me dijo "¡pero para qué produces a nadie!", incluyéndose él mismo en el capítulo.

José Luis Borau

-- Foto, vía It--

martes, 23 de marzo de 2010

Armónica

Descalza

Guitarra

Trompeta

viernes, 12 de marzo de 2010

Hasta siempre, don Miguel

lunes, 8 de marzo de 2010

Vespa



¡Dios mío de mi vida y de mi corazón!

lunes, 1 de marzo de 2010

Juego de luz



Triste risa de hiena

No debieron decirle “La Hiena”. No por lo menos los que saben o suponen que existe un cierto poder en esa clase de significantes, y que un apodo, por lo tanto, nunca va a otorgar un sentido sin al mismo tiempo cobrárselo. No debieron decirle “La Hiena”, ni siquiera en esos años, los años que lo vieron surgir, que eran tiempos en que la risa parecía tener valor por sí misma, incluso cuando no tenía objeto, o sobre todo cuando no lo tenía, porque el país vivía de fiesta y en el fondo no se sabía por qué.

El boxeo desde siempre ha predispuesto un reparto de animalidades: hemos tenido monos, tigres, panteras, toritos, toros salvajes de las pampas. A Rodrigo Barrios le tocó la hiena. Así fue que paseó su risa hueca por el ring, por la televisión, por los boliches. El otro día chocó. ¿Contra qué chocó? Chocó contra la cosa seria.

La historia de los malos finales. Es cierto que unos cuantos deportistas populares encuentran desenlaces trágicos, especialmente en el boxeo. La clase de muerte que esta época favorece, que es la de terminar somnoliento o muy dormido en una cama de hospital y preferentemente de noche, parece esquiva a los boxeadores. Los boxeadores entre nosotros “terminan mal” a menudo, es decir se mueren mal. Cortázar se detuvo con inteligencia en el caso de Justo Suárez, y escribió “Torito” con la voz nocturna del que agoniza recostado entre enfermeras y diagnósticos.
Los otros no: los otros se matan, o los matan; no se mueren. Los disparos que alguna vez acabaron con la vida de Ringo Bonavena son tal vez nuestro ejemplo más alarmante, pero se trata en definitiva de un caso mayor entre varios otros, y por lo tanto de un tópico.

Ese tópico ha sido extrañamente invocado en el curso de estos días, a propósito del accidente que vivió “La Hiena” Barrios. Se habló de finales trágicos, de esos ídolos que casi siempre terminan mal. Pasando raramente por alto que el accidente de aquel día impuso un final trágico para la pobre Yamila González, para sus veinte años y para su embarazo de seis meses. Ella terminó mal, y no “La Hiena” Barrios.

No menos tramposa resulta, a decir verdad, la genealogía que con demasiada premura se trazó: alguna vez fue Gatica, otra vez fue Víctor Galíndez, otra vez fue Carlos Monzón, y ahora es Rodrigo Barrios. La detención en la cárcel de Batán alienta la asociación con el final que tuvo Monzón; pero otra vez, el razonamiento es en verdad equívoco: no fue Monzón el que encontró su final aquella madrugada marplatense que un hombre llamado Báez sin querer alcanzó a ver; no fue él, sino Alicia Muñiz, la que esa vez terminó y terminó mal.

Monzón no se mató ese verano, sino algunos años después, apurándose para volver a la prisión, pero no en Batán, sino en Santa Fe. Se mató en un accidente automovilístico. Lo mismo, o parecido, le pasó a Víctor Galíndez, que habiendo dejado el boxeo probó con el automovilismo y murió en un accidente en la pista, cuando iba a pie por una banquina. Igual final tuvo Gatica, lo pisó un coche, y las imágenes que concibió Leonardo Favio al respecto cobran el espesor que es propio de las cosas reales: Gatica se arrastra para llegar hasta el cordón de la vereda, para apoyar ahí la cabeza y dejar que la muerte venga.

¿Termina también así, así de mal, “La Hiena” Barrios? Un detalle sensible se pierde de vista al asociar de esta forma: que Gatica fue atropellado, que Galíndez fue atropellado, y que Barrios atropelló. Esa imagen declinante del ex campeón en la ruina al que un coche perdido aplasta, y que por caso llamamos Gatica, es exactamente la contraria a la del ex campeón que viene pisteando en su camioneta BMW, y se lleva puestos, acaso puesto, a unos cuantos.

El cuerpo del delito. Barrios no va a pasar el resto de su vida en la cárcel, como unos cuantos exigen. ¿Por qué razón, porque entre nosotros la justicia no existe? Entre nosotros la justicia sí existe, pero dice una cosa distinta. Prevé penas de entre dos y cinco años, y una eventual excarcelación no luce demasiado imposible. “Yo no atropellé a nadie”, declaró el ex boxeador, como si sólo pudiese reconocer, por haber sido boxeador precisamente, los efectos de la agresión más directa. “Choqué un 147”, amplió, como si la costumbre de las reglas de la violencia mano a mano y entre dos lo eximiera de contemplar el perjuicio de terceros. ¿Será por eso, o por el susto, que no paró a considerar su desparramo, y en cambio dobló presuroso la esquina y un poco a los tumbos se alejó? Presumen que no fue por eso, y que no por nada apareció y se entregó algunas horas más tarde. Suponen que lo que en realidad quería era debilitar, atenuar sensiblemente y de ser posible eliminar por completo, los rastros de alguna sustancia que extraídos de su cuerpo pudiesen agravar su situación en el proceso. Porque hay algo que los peritos judiciales saben, y saben también los boxeadores: que en cierta clase de circunstancias, a las que legítimamente llamamos límites, no existe mayor verdad que la que puede expresar un cuerpo.

Martín Kohan