sábado, 29 de junio de 2013
miércoles, 26 de junio de 2013
sábado, 22 de junio de 2013
martes, 18 de junio de 2013
Meretriz
Esta mañana, en Dios y enhorabuena,
salí de casa y víneme al mercado;
vi un ojo negro al parecer rasgado,
blanca la frente y rubia la melena.
Llegué y le dije: "Gloria de mi pena,
muerto me tiene vivo tu cuidado.
Vuélveme el alma, pues me la has robado
con ese encanto de áspid o sirena".
Pasó, pasé, miró, miré, vio, víla;
dio muestras de querer, hice otro tanto;
guiñó, guiñé, tosió, tosí, seguíla;
fuese a su casa, y sin quitarse el manto,
alzó, llegué, toqué, besé, cubríla,
dejé el dinero y fuime como un santo.
Fray Damián Cornejo
salí de casa y víneme al mercado;
vi un ojo negro al parecer rasgado,
blanca la frente y rubia la melena.
Llegué y le dije: "Gloria de mi pena,
muerto me tiene vivo tu cuidado.
Vuélveme el alma, pues me la has robado
con ese encanto de áspid o sirena".
Pasó, pasé, miró, miré, vio, víla;
dio muestras de querer, hice otro tanto;
guiñó, guiñé, tosió, tosí, seguíla;
fuese a su casa, y sin quitarse el manto,
alzó, llegué, toqué, besé, cubríla,
dejé el dinero y fuime como un santo.
Fray Damián Cornejo
domingo, 16 de junio de 2013
sábado, 15 de junio de 2013
martes, 11 de junio de 2013
Garum
"El llamado liquamen se obtiene como sigue: se echan las vísceras
de los peces en un recipiente y se salan; también, pequeños pececillos como
pejerreyes, salmonetes de fango pequeños, chuclas, boquerones o los que tengan
un aspecto diminuto, todos se salan igualmente y se conservan en salmuera al
sol, removiéndose con frecuencia. Cuando hayan permanecido en la salmuera un
verano, se saca de ellos el garum de este modo: se mete en el recipiente lleno
de dichos pececillos una gran cesta tupida y el garum se infiltra en la cesta,
y así, pasado por el tamiz de la cesta, se recoge el denominado liquamen; el
residuo sobrante se convierte en hallec. Pero los bitinios lo preparan así:
coges chuclas, mejor pequeñas que grandes, o en su defecto boquerones,
chicharros, caballas o incluso hallec o una mezcolanza de todos ellos, los
echas en una mesa de panadero donde se suele amasar la harina y los amasas
echando por cada modio de pescado dos sextarios itálicos de sal, de manera que
se mezclen con la sal; tras dejarlo una noche, échalo en un recipiente de barro
y ponlo al sol sin tapar durante dos o tres meses, removiéndolo periódicamente
con una vara, después de lo cual tápalo y guárdalo. Algunos añaden también por
cada sextario de pescado dos de vino añejo. Además, si quieres consumir
inmediatamente el garum, o sea no ponerlo al sol sino hervirlo, harás como
sigue: Salmuera líquida verificada de manera que al echar un huevo flote (pero
si se hunde es que todavía no tiene sal bastante); echa luego en una olla nueva
el pescado con la salmuera, adicionando orégano, y ponla al fuego preciso hasta
que hierva, es decir, hasta que empiece a evaporarse un tanto; algunos añaden
también arrope; a continuación, ya frío, viértelo en un colador, echando sobre
éste dos o tres veces los mismo hasta que salga limpio, tápalo y guárdalo. Pero
el mejor garum, el denominado haimátion, se hace así: se cogen las vísceras del
atún junto con las agallas, el jugo y la sangre y se les esparce la sal que
necesiten; se dejan en recipiente y a los
dos meses como mucho se perfora éste y sale el garum denominado
himátion."
Geoponica
"De los peces"
Traducción de María José Meana sobre la
compilación
de Casiano Baso.
domingo, 9 de junio de 2013
jueves, 6 de junio de 2013
Bábel
"Un cuento solo puede ser leído de manera apropiada por una mujer inteligente".
Isaak Emmanuilovich Bábel
Isaak Emmanuilovich Bábel
lunes, 3 de junio de 2013
Ariosto y los árabes
Nadie puede escribir un libro. Para
Que un libro sea verdaderamente,
Se requieren la aurora y el poniente,
Siglos, armas y el mar que une y separa.
Así lo pensó Ariosto, que al agrado
Lento se dio, en el ocio de caminos
De claros mármoles y negros pinos,
De volver a soñar lo ya soñado.
El aire de su Italia estaba henchido
De sueños, que con formas de la guerra
Que en duros siglos fatigó la tierra
Urdieron la memoria y el olvido.
Una legión que se perdió en los valles
De Aquitania cayó en una emboscada;
Así nació aquel sueño de una espada
Y del cuerno que clama en Roncesvalles.
Sus ídolos y ejércitos el duro
Sajón sobre los huertos de Inglaterra
Dilapidó en apretada y torpe guerra
Y de esas cosas quedó un sueño: Arturo.
De las islas boreales donde un ciego
Sol dibuja el mar, llegó aquel sueño
De una virgen dormida que a su dueño
Aguarda, tras el círculo de fuego.
Quién sabe si de Persia o del Parnaso
Vino aquel sueño del corcel alado
Que por el aire el hechicero armado
Urge y que se hunde en el desierto ocaso.
Como desde el corcel del hechicero,
Ariosto vio los reinos de la tierra
Surcada por las fiestas de la guerra
Y del joven amor aventurero.
Como a través de tenue bruma de oro
Vio en el mundo un jardín que sus confines
Dilata en otros íntimos jardines
Para el amor de Angélica y Medoro.
Como los ilusorios esplendores
Que el Indostán deja entrever el opio,
Pasan por el Furioso los amores
En un desorden de calidoscopio.
Ni el amor ignoró ni la ironía
Y soñó así, de pudoroso modo,
El singular castillo en el que todo
Es (como en esta vida) una falsía.
Como a todo poeta la fortuna
O el destino le dio una suerte rara;
Iba por los caminos de Ferrara
Y al mismo tiempo andaba por la luna.
Escoria de los sueños, indistinto
Limo que el Nilo de los sueños deja,
Con ellos fue tejida la madeja
De ese resplandeciente laberinto.
De ese enorme diamante en el que un hombre
Puede perderse venturosamente
Por ámbitos de música indolente,
Más allá de su carne y de su nombre.
Europa entera se perdió. Por obra
De aquel ingenuo y malicioso arte,
Milton pudo llorar de Brandimarte
El fin y de Dalinda la zozobra.
Europa se perdió, pero otros dones
Dio el vasto sueño a la famosa gente
Que habita los desiertos del Oriente
Y la noche cargada de leones.
De un rey que entrega, al despuntar el día,
Su reina de una noche a la implacable
Cimitarra, nos cuente el deleitable
Libro que al tiempo hechiza, todavía.
Alas que son la brusca noche, crueles
Garras de las que pende un elefante,
Magnéticas montañas cuyo amante
Abrazo despedaza los bajeles.
La tierra sostenida por un toro
Y el toro por un pez; abracadabras,
Talismanes y místicas palabras
Que en el granito abren cavernas de oro;
Esto soñó la sarracena gente
Que sigue las banderas de Agramante;
Esto, que vagos rostros con turbante
Soñaron, se adueñó de Occidente.
Y el Orlando es ahora una risueña
Región que alarga inhabitadas millas
De indolentes y ociosas maravillas
Que son un sueño que ya nadie sueña.
Por islámicas artes reducido
A simple erudición, a mera historia,
Está solo, soñándose. (La gloria
Es una de las formas del olvido).
Por el cristal ya pálido la incierta
Luz de una tarde más toca el volumen
Y otra vez arden y otra se consumen
Los oros que envanecen la cubierta.
En la desierta sala el silencioso
Libro viaja en el tiempo. Las auroras
Quedan atrás y las nocturnas horas
Y mi vida, este sueño presuroso.
Jorge Luis Borges
El hacedor
Que un libro sea verdaderamente,
Se requieren la aurora y el poniente,
Siglos, armas y el mar que une y separa.
Así lo pensó Ariosto, que al agrado
Lento se dio, en el ocio de caminos
De claros mármoles y negros pinos,
De volver a soñar lo ya soñado.
El aire de su Italia estaba henchido
De sueños, que con formas de la guerra
Que en duros siglos fatigó la tierra
Urdieron la memoria y el olvido.
Una legión que se perdió en los valles
De Aquitania cayó en una emboscada;
Así nació aquel sueño de una espada
Y del cuerno que clama en Roncesvalles.
Sus ídolos y ejércitos el duro
Sajón sobre los huertos de Inglaterra
Dilapidó en apretada y torpe guerra
Y de esas cosas quedó un sueño: Arturo.
De las islas boreales donde un ciego
Sol dibuja el mar, llegó aquel sueño
De una virgen dormida que a su dueño
Aguarda, tras el círculo de fuego.
Quién sabe si de Persia o del Parnaso
Vino aquel sueño del corcel alado
Que por el aire el hechicero armado
Urge y que se hunde en el desierto ocaso.
Como desde el corcel del hechicero,
Ariosto vio los reinos de la tierra
Surcada por las fiestas de la guerra
Y del joven amor aventurero.
Como a través de tenue bruma de oro
Vio en el mundo un jardín que sus confines
Dilata en otros íntimos jardines
Para el amor de Angélica y Medoro.
Como los ilusorios esplendores
Que el Indostán deja entrever el opio,
Pasan por el Furioso los amores
En un desorden de calidoscopio.
Ni el amor ignoró ni la ironía
Y soñó así, de pudoroso modo,
El singular castillo en el que todo
Es (como en esta vida) una falsía.
Como a todo poeta la fortuna
O el destino le dio una suerte rara;
Iba por los caminos de Ferrara
Y al mismo tiempo andaba por la luna.
Escoria de los sueños, indistinto
Limo que el Nilo de los sueños deja,
Con ellos fue tejida la madeja
De ese resplandeciente laberinto.
De ese enorme diamante en el que un hombre
Puede perderse venturosamente
Por ámbitos de música indolente,
Más allá de su carne y de su nombre.
Europa entera se perdió. Por obra
De aquel ingenuo y malicioso arte,
Milton pudo llorar de Brandimarte
El fin y de Dalinda la zozobra.
Europa se perdió, pero otros dones
Dio el vasto sueño a la famosa gente
Que habita los desiertos del Oriente
Y la noche cargada de leones.
De un rey que entrega, al despuntar el día,
Su reina de una noche a la implacable
Cimitarra, nos cuente el deleitable
Libro que al tiempo hechiza, todavía.
Alas que son la brusca noche, crueles
Garras de las que pende un elefante,
Magnéticas montañas cuyo amante
Abrazo despedaza los bajeles.
La tierra sostenida por un toro
Y el toro por un pez; abracadabras,
Talismanes y místicas palabras
Que en el granito abren cavernas de oro;
Esto soñó la sarracena gente
Que sigue las banderas de Agramante;
Esto, que vagos rostros con turbante
Soñaron, se adueñó de Occidente.
Y el Orlando es ahora una risueña
Región que alarga inhabitadas millas
De indolentes y ociosas maravillas
Que son un sueño que ya nadie sueña.
Por islámicas artes reducido
A simple erudición, a mera historia,
Está solo, soñándose. (La gloria
Es una de las formas del olvido).
Por el cristal ya pálido la incierta
Luz de una tarde más toca el volumen
Y otra vez arden y otra se consumen
Los oros que envanecen la cubierta.
En la desierta sala el silencioso
Libro viaja en el tiempo. Las auroras
Quedan atrás y las nocturnas horas
Y mi vida, este sueño presuroso.
Jorge Luis Borges
El hacedor