Días aciagos
Con permiso de los que han muerto en los tremedales del
Llano, damos inicio a esta historia. La tarde ta buena pa echá unos cuenticos.
Vamos, pues. Dos hombres salen con el diluvio de una madrugada. Cuentan que
eran Policarpo Ovalles y Rafaelito Corniel. El cómo se conocieron no se nos
permite revelarlo. Piensen siempre en esto de los misterios. El primero ladino,
jugador y pendenciero; buscado siempre por un muerto allá en el Matiyure. Antes
cualquiera mataba a alguien y se iba pa otro pueblo y ya estaba a salvo. A
Rafaelito lo tenían como 'El Brujo' de Loma Negra. Mañana, tarde y noche
caminaron hacia el destino. Digo brujo por decir, pues pa mí brujo es el que
tiene plata.
Sigo. A paso lento, sin palabras, devoraban la sabana. A
veces yo creo que es el llano el que se come a uno lentamente. Bueno, ese tal
Corniel hacía muchos años que andaba tras ese entierro. Siempre la luz azul
de los muertos le trastocaba los sueños. Yo a veces me quedo mirando por estos
corrales, por esos tranqueros a ve quién quita. Pero solo la noche negrita,
como la de anoche, es la que viene. Para Policarpo, este viaje marcaba su
último chance. A Rafaelito, los caracoles le hablaron de una traición. Pero
este tipo de hombres una vez puestos en marcha no tienen cómo volver. Son
gente de una sola mirá, es algo que se les mete entre ceja y ceja.
El silencio se rompió con celajes de palabras. Un cantar de
guacobas se fue entre ellos, junio y la lluvia. ¿Están oyendo? Bueno, así de triste
es el canto de guacoba. “Mire Rafal, qué va a jacé uté con ese puñao e´riales´”.
“Aguaite, ¡cámara! La plata ´e muerto no tiene fin”. Bueno, dicen que el que
agarra un entierro es como el que se pone a esperá el agua en la boca de un
río: se le quita la sed, pero la corriente nunca deja de pasá. Todavía en la
madrugada, dos hombres errantes eran espantos en la Llanura. Rafael, puñal al
cinto, seguía callado y atento. “Rafal, uté ha dicho que es muy grande esa
botija”. “Policarpo, no piense tanto en la carga. que usted es hombre y yo
también”. “Ansina será. Hay que pensá ejen la muerte”. La vida sí tiene
lavativas, mientras que la muerte es una sola vez. Sigo. Sonó fuerte su voz y
súbitamente escampó. Sorprendido, Rafael –con el rémito en la mano– miró una
sombra perderse entre los viejos acapos de la luna. "El entierro será pa´ mi
solo", pensaba Corniel, y reía. Invocando a San Juan, se persignó y pisó el
terreno de los umbrales. Pero apenas una fosa removida había entre los escombros.
Fue en ese momento cuando la luna se hizo una sola inmensidad de camino. Miren,
la luna pal llanero es como un espejo; una sabana completica, ¿saben? Cosa
bonita, cuando se queda dormida en las aguas de una laguna. Así es el llano que
me gusta.
Bueno, una figura alargada cruzó lentamente por el patio de
los azahares. Era Policarpo, no había duda, dijo para sí el desengañado
Corniel. El puñal en el aire brilló y maldijo ese día. Después se abalanzó
hacia aquella visión. Policarpo, machete en mano, dio vuelta sin soltar las
morocotas. Ahí sentimos que el viejo tenía como tarugos en el alma. Usted ¿es
Corniel?, le preguntamos. Hundiendo el pulgar en una herida de diablo que le
atravesaba el rostro, dijo apenas: "mejor les voy a echar otro cuento”.
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