viernes, 12 de agosto de 2011

Una bala en la noche

Vuela el caballo más rápido que un ciervo; relincha y se abalanza como para la batalla. Se detiene de pronto en su carrera, rígidas al viento las orejas, las narices vibrantes, y de nuevo se lanza, enloquecido, golpeando el suelo con los tacos de sus herraduras resonantes y sacudiendo su crin, desmelenado.

Lo monta un jinete silencioso que vacila en la montura hasta unir su cabeza con la crin. Ya no maneja la brida, pero su pie va ajustado al estribo, y se ven en la gualdrapa los chorros anchos de sangre.

¡Corcel audaz, como flecha sacaste a tu amo fuera del combate, pero la bala traidora del osetio lo alcanzó en las tinieblas!

Hay llanto y gemidos en la familia de Gudal. La gente se aprieta en el patio. ¿De quién es el caballo que llegó cubierto de polvo y cayó en las piedras junto a la reja?

¿Quién es ese jinete sin aliento?

Las arrugas de su rostro moreno guardan aún la ansiedad de la batalla. Están cubiertas de sangre sus armas y sus ropas, y en un apretón furioso, su mano se ha congelado en la crin...

¡No fue por mucho tiempo que esperaste, novia, a tu joven prometido! Ha cumplido su palabra de príncipe: llegó a la fiesta nupcial...

¡Ay, nunca más montará en la silla de su corcel audaz!...




Mikhail Lermontov

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