domingo, 6 de marzo de 2011

Niños prematuros

Una luz uniforme baña las cálidas paredes blancas. Desde allí arriba es imposible ver el Fontaka, que se extiende como un enorme charco poco profundo. Tampoco se ve el denso encaje del malecón, donde hinchados montones de deshechos se acumulan sobre el fango negro de la nieve derretida.
Mujeres vestidas de gris se deslizan en silencio por las altas habitaciones calientes. A lo largo de las pareces, en el fondo de las cunitas de metal, yacen unos enanillos silenciosos de ojos abiertos y consternados, los frágiles engendros de mujeres endebles y consumidas, mujeres de corazones duros que vienen de los turbios barrios bajos de las afueras de la ciudad.
Cuando ingresan en la casa, los niños prematuros pesan entre quinientos y seiscientos cincuenta gramos. Hay un gráfico sobre cada cual: la vacilante línea de sus vidas. Pero ahora esta línea empieza a enderezarse. La vida arde en los livianos cuerpecillos con una llama pálida, triste.
Aún hay otro aspecto de nuestra decadencia al que no se presta mucha atención: las mujeres que amamantan tiene cada vez menos leche.
Aquí no abundan las nodrizas. Sólo hay cinco para treinta niños. Cada una alimenta al propio y a otros cuatro; así lo dicen en la jerga del establecimiento: "Uno propio y otros cuatro". Deben amamantar a los niños cada tres horas. No les queda tiempo libre. Solo pueden dormir dos horas seguidas, nunca más.
Todos los días estas mujeres, de cuyos pechos maman cinco boquitas azules siete veces cada veinticuatro horas, recibe tres octavos de libra de pan.
Las cinco me rodean, delgadas a pesar de sus pechos henchidos, vestidas con sus atuendos monjiles, y dicen:
—La doctora nos ha dicho que no tenemos leche suficiente y los niños no aumentan de peso... ¿Qué otra cosa íbamos a querer nosotras? Es como si nos chuparan la sangre... Si solamente nos trataran como a taxistas... Nos dijeron en la oficina de racionamiento que no éramos obreras... Hace un momento, dos de nosotras salimos a comprar algo, pero se nos doblaban las piernas. Tuvimos que detenernos y nos miramos: creíamos que nos íbamos a caer. No pudimos seguir adelante.
De pie contra la pared, inclinan la cabeza; tienen los mismos rostros sofocados y lastimosos de las mujeres que mendigan favores en las oficinas del gobierno.
Hago ademán de irme. La matrona viene detrás mío y murmura.
—Están todas muy nerviosas... No se les puede decir una palabra sin que rompan a llorar... Nosotras las encubrimos no contando nada. A una de ellas la visita un soldado; bueno, ¿y qué?, que la visite...
Me cuenta la historia de la mujer a quien visita el soldado. Entró hace un año en la casa, una personilla menuda que conocía bien su oficio. Lo único que en ella no era pequeño eran sus pesados senos cargados de leche. Tenía más leche que cualquiera de las otras nodrizas. Una año ha pasado desde entonces. Un año de tarjetas de racionamiento, de comer koryushka, un año en el que el número de esmirriados cuerpecillos que desconocidas mujeres sin corazón ponen al mundo ha aumentado considerablemente. Ahora esta pequeña mujer de aire decidido ya no tiene más leche. Llora si alguien hiere sus sentimientos, y cuando amamanta yergue hoscamente sus pechos vacíos y vuelve la cabeza. ¿Por qué no pueden dar a esta mujer otros tres octavos de libra de pan, ofrecerle las mismas ventajas que tiene un taxista, hacer algo? Deberían ser más sensatos, aunque solo fuera por los niños. Si no mueren, llegarán a ser hombres y mujeres, y todos ellos tendrán que forjarse una vida. ¿Y si ocurriera que sólo alcanzaran a forjarse tres octavos de una vida? Sería una vida desmedrada, ésta. Y ya hemos visto demasiadas vidas de esta clase.


Isaak Bábel

1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

IMPULSO

No sé si los comentarios llegan a tu correo. Da igual. Un impulso es un impulso.

Cuando empecé a frecuentar tu blog, dudé. Imaginé un epistolario que nunca me apetece demasiado.

Ahora, pasado varios años, me doy cuenta que me hubiera gustado saber cosas de tí y por supuesto, supieras algo más de mí.
No por nada especial ni espacial.

Saludos.

Debe ser el viento alpujarreño el que me empuja a decir las cosas así.

L.

25 de junio de 2011, 20:48  

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