Un poco de locura
¡Pasen por aquí, señores! ¡Pasen y vean esta nueva maravilla...! Aquí, señor -previo pago del cospel y luego de ubicarse correctamente en la sala-, usted y cada uno podrán hurgar en sus miserias. ..
Observe, señor contribuyente: en aquella constelación está esperando aquel pequeño niño que era usted cuando se dejó olvidado al comienzo de este viaje... ¿Las ve? Todas esas estrellas son los esfuerzos que usted hizo durante años para poder olvidarse. ..
¡Mire! ¡Mire qué interesante aquella vieja idea que barre los corredores de su mente! Fijese qué cuidadosa: ella va cubriendo con un manto de recuerdos todos los espejos que podrían reflejar su angustia.
¡Qué maravilla de universo! Observe ese paisaje, querido compatriota; observe esa historia de amor que usted vivió flotando sobre el abismo negro. Observe a esos amantes astronautas cruzándose en el vacío: vea cómo se despiden durante tres o diez o quince años mientras las fuerzas de sus órbitas los van separando lentamente. Mirelos llorar mientras se alejan. ¿Y por qué lloran? ¿Se dieron cuenta del naufragio? (¿Dónde estamos, de dónde venimos, a dónde vamos?) ¿Están tratando de salvar a alguien o levantan la mano pidiendo auxilio? Y siempre ahí, todas esas estrellas... Quizá no sean recuerdos sino simplemente todos los caminos que usted no tomó y que se encienden a su paso...
Mire y recuerde, respetado ciudadano; mire y luego salga caminando solo por la calle, suba solo al colectivo y, sin bajarse de la burbuja, llégue solo a su casa, salude a su solitaria mujer y luego hagan el amor como dos solitarios soles que se titilan señales a través del vacío. No, no acabe: algo anda mal en los motores de esa nave espacial que yace entre sus piernas. Atienda sus sensaciones, estudie ese largo tubo que es su cuerpo, por donde entran y salen informaciones.
Camine, camine, no haga caso, no se dé vuelta; eso que presiente es sólo la sombra del niño perdido que lo persigue. Circule, circule libremente: está en esa cómoda autopista viajando por encima de sus sentimientos. ¿No es agradable observar en la pantalla el enorme pozo de miedo que es el mundo sobre el que se trastabilla diariamente?
Pero !no se distraiga!: ponga el freno cuando encuentre fantasmas en su camino. Ahora el letrero en la senda indica que su pene está erguido; disimule con la bocina mientras eyacula en el viaducto. No se preocupe, nadie lo mira: puede estremecerse -levemente- con un rictus de espanto en el espejo retrovisor sin que nadie se percate.
Ya está llegando. Estacione correctamente sus obsesiones en la playa del psicoanalista.
Más tarde -en su despacho, oficina o taller; en su fábrica, escenario o mostrador favoritos- descanse tranquilo unos instantes. Descorra la cortina de su máscara y observe el panorama del mundo que ha dejado atrás. Vea a ese demente que extrae miel de su guitarra. Vea al santo besar tiernamente el sexo de la prostituta. Vea al filósofo mirar un trozo seco de madera para ver la tristeza de los átomos. Vea con los ojos del borracho y vea cómo el mundo gira como una calesita sin rumbo. Vea la realidad deshaciéndose como manteca entre los dedos del drogadicto, o como nieve entre los pasos del peregrino, o como polvo seco entre los labios del perverso. Vea la dicha de los bosques cuando el sol se pone y vea, al amanecer, el horror de los desiertos. Vea el mágico latido de su corazón mientras lee estas lineas y luego, por favor, preciado caballero, ábrale la puerta al niño perdido.
Enrique Symns
Observe, señor contribuyente: en aquella constelación está esperando aquel pequeño niño que era usted cuando se dejó olvidado al comienzo de este viaje... ¿Las ve? Todas esas estrellas son los esfuerzos que usted hizo durante años para poder olvidarse. ..
¡Mire! ¡Mire qué interesante aquella vieja idea que barre los corredores de su mente! Fijese qué cuidadosa: ella va cubriendo con un manto de recuerdos todos los espejos que podrían reflejar su angustia.
¡Qué maravilla de universo! Observe ese paisaje, querido compatriota; observe esa historia de amor que usted vivió flotando sobre el abismo negro. Observe a esos amantes astronautas cruzándose en el vacío: vea cómo se despiden durante tres o diez o quince años mientras las fuerzas de sus órbitas los van separando lentamente. Mirelos llorar mientras se alejan. ¿Y por qué lloran? ¿Se dieron cuenta del naufragio? (¿Dónde estamos, de dónde venimos, a dónde vamos?) ¿Están tratando de salvar a alguien o levantan la mano pidiendo auxilio? Y siempre ahí, todas esas estrellas... Quizá no sean recuerdos sino simplemente todos los caminos que usted no tomó y que se encienden a su paso...
Mire y recuerde, respetado ciudadano; mire y luego salga caminando solo por la calle, suba solo al colectivo y, sin bajarse de la burbuja, llégue solo a su casa, salude a su solitaria mujer y luego hagan el amor como dos solitarios soles que se titilan señales a través del vacío. No, no acabe: algo anda mal en los motores de esa nave espacial que yace entre sus piernas. Atienda sus sensaciones, estudie ese largo tubo que es su cuerpo, por donde entran y salen informaciones.
Camine, camine, no haga caso, no se dé vuelta; eso que presiente es sólo la sombra del niño perdido que lo persigue. Circule, circule libremente: está en esa cómoda autopista viajando por encima de sus sentimientos. ¿No es agradable observar en la pantalla el enorme pozo de miedo que es el mundo sobre el que se trastabilla diariamente?
Pero !no se distraiga!: ponga el freno cuando encuentre fantasmas en su camino. Ahora el letrero en la senda indica que su pene está erguido; disimule con la bocina mientras eyacula en el viaducto. No se preocupe, nadie lo mira: puede estremecerse -levemente- con un rictus de espanto en el espejo retrovisor sin que nadie se percate.
Ya está llegando. Estacione correctamente sus obsesiones en la playa del psicoanalista.
Más tarde -en su despacho, oficina o taller; en su fábrica, escenario o mostrador favoritos- descanse tranquilo unos instantes. Descorra la cortina de su máscara y observe el panorama del mundo que ha dejado atrás. Vea a ese demente que extrae miel de su guitarra. Vea al santo besar tiernamente el sexo de la prostituta. Vea al filósofo mirar un trozo seco de madera para ver la tristeza de los átomos. Vea con los ojos del borracho y vea cómo el mundo gira como una calesita sin rumbo. Vea la realidad deshaciéndose como manteca entre los dedos del drogadicto, o como nieve entre los pasos del peregrino, o como polvo seco entre los labios del perverso. Vea la dicha de los bosques cuando el sol se pone y vea, al amanecer, el horror de los desiertos. Vea el mágico latido de su corazón mientras lee estas lineas y luego, por favor, preciado caballero, ábrale la puerta al niño perdido.
Enrique Symns
2 comentarios:
;) Symns, Leyenda!
¿No es cierto?
; )
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